viernes, 14 de diciembre de 2012

¿CÓMO ADAPTAR CUENTOS PARA HACER UN RADIOTEATRO?

Tres trucos para una buena adaptación radiofónica.


Hay cuentos para dar y tomar. Cuentos infantiles y de adultos, cuentos realistas y de pura fantasía, cuentos de amor y de terror, históricos y de aventuras, cuentos de la tradición oral y otros que encontramos en internet.

El cuento pertenece a la “familia narrativa”. Es decir, en un cuento el narrador o la narradora son decisivos. En la “familia teatral”, por el contrario, los personajes y sus diálogos ocupan prácticamente la mayor parte del tiempo. En un cuento no. Incluso muchos escritores de cuentos prescinden de estos diálogos y escriben párrafos y párrafos de pura narración.

Si queremos adaptar un cuento para radio, la solución más fácil sería leerlo a una voz ante el micrófono con un fondo musical. Y listo. Pero podemos ser más creativas, más imaginativos. ¿Cómo hacerlo?

Lo primero es elegir bien el cuento. Que no sea muy enredado, que lo pueda entender la gente y le guste. Que tenga acción, que no sea muy intimista. Y que tampoco sea muy largo. Entre cinco y diez minutos es un tiempo razonable para un cuento radiofónico.

Elegido el cuento, hay que “marcarlo”. Toma un bolígrafo y señala los personajes, los principales y los secundarios. Separa las escenas para ubicar ahí las cortinas musicales. Sustituye algunas palabras difíciles o muy locales por otras de más fácil comprensión.

Hecho esto, aquí van los tres trucos princiaples para una buena adaptación:


1- Describir los sentimientos con música

Con las “cortinas” separamos las escenas. Pero con los “fondos” las calentamos. Si la escena es de amor, pon de fondo música romántica. Si es de miedo, pon música de suspense. (Si no tiene grandes emociones, no pongas ningún fondo.) Puedes traducir muchos sentimientos de los personajes descritos por el narrador poniendo los fondos adecuados.

2- Describir el ambiente y las acciones con efectos

Muchas descripciones del paisaje o de lo que ocurre en la historia pueden sustituirse con los efectos de sonido correspondientes. Si en el cuento se anuncia una tormenta, bastan unos truenos lejanos para sugerirla. Si los personajes esperan la llegada de un auto, pon un ruido de motor que se acerca.

Los efectos le dan color a la narración. A veces, pueden sustituir a las palabras que los describen. Otras veces, reforzarlas. Por ejemplo, supongamos que en el cuento se dice: “Gira que te gira el viento, y no se cansa el viento de girar.” Este lindo texto perdería si lo eliminamos y sustituimos simplemente por un silbido de viento. En este caso, podemos mantener las palabras y las reforzamos con el efecto.

3- Traducir la narración de los hechos a diálogos

Este es el mayor desafío que enfrenta quien adapta. Para conseguirlo, debe haberse familiarizado con los personajes del cuento, porque los va a hacer hablar según sus caracteres. El mejor punto de apoyo para lograr esto son los diálogos ya existentes en el mismo cuento, aunque tal vez sean breves.

Atención. No se trata de eliminar al narrador, pero sí de desplazar el acento de la historia hacia escenas teatralizadas por los actores.

Dicen que el arte de quien adapta consiste en combinar la fidelidad al autor del cuento con la libertad para traducir su obra al lenguaje propio del medio radiofónico.

fuente: http://radialistas.net

domingo, 25 de noviembre de 2012

“Oda heroica a las hermanas Mirabal”,

«No hubo blancura igual a su blancura,
nardo, azucena, lirio…magnolia de su carne,
carne hecha para el beso, fue pasto de las balas,
las Mirabal cayeron bajo el plomo cobarde.

No hubo dulzura igual a su dulzura,
los ríos se crecieron para llorar por ellas,
palomas con el pecho florecido en claveles,
las Mirabal cayeron de cara a las estrellas.

Ayudadme a subirlas al pedestal de piedra,
donde grava la historia los nombres de sus mártires,
ayudadme a decir qué cosa grande hicieron
estas mujeres- cíclopes, estas mujeres-ángeles

El ojo de la bestia les siguió la pisada,
ojo y plomo a la espalda, como hacen los cobardes,
la tierra abrió los brazos para ceñir sus cuerpos,
las Mirabal cayeron taladas como árboles…»



Las manos del verdugo deshojaron los nardos,
cortaron, como tallos las lenguas silenciadas,
las estrellas besaron su carne por vez última,
Las Mirabal cayeron con el plomo a la espalda.

Mas ya el nardo no es nardo, pues se ha vuelto piedra,
piedra el enhiesto puño. Piedra la frente alta,
piedra el pecho y los ojos y la boca sin lengua.
Las Mirabal cayeron para alzarse en estatuas.

Y sus bocas, sin lenguas, han de seguir hablando,
y sus tres corazones palpitando en la piedra,
perennemente vivas en el alma del pueblo,
Las Mirabal cayeron para volverse eternas.

Poema épico de la dominicana Carmen Natalia Martínez (fragmento)

sábado, 21 de abril de 2012

LA TELESITA


LA TELESITA
(Chacarera)
Letra: Agustín Carabajal
Música: Andrés Chazarreta
 
Telesita la manga mota
¡Ay! Telésfora Castillo
tus ropitas están rotas
tus ojos no tienen brillo
por las costas del Salado
lo has perdido tras del monte
tus pasos van extraviados.
o buscando el horizonte.
 
 
No preguntes por tu amor
Con un bombo soñador
porque nunca lo hallarás
y un violín sentimental
un consuelo a tu dolor
un cieguito al encordao´
en el baile encontrarás.
el baile va a comenzar.
 
 
Por esos campos de Dios
Tu esperanza se perdió
te lleva tu corazón
dele bailar y bailar
sin saber que tu danzar
lleva tu pecho un dolor
es tan solo una ilusión.
pero no sabes llorar.
 
 
Rezabaile del querer
Pobre niña que un fogón
con su música llevó
tu cuerpito calcinó
pies desnudos bajo el sol
y en la noche de los tiempos
La Telesita llegó.
todo el pueblo te lloró.
 
 
Estribillo:
Estribillo:
Y así te verán bailando
Y así te verán bailando
loca en cada amanecer
loca en cada amanecer
como metida la danza
como metida la danza
muy adentro de tu ser.
muy adentro de tu ser.


                                                     LA TELESITA (Jorge Cafrune)


He venido Telesita, 

como aquel que no hace nada, 

a dejarte el corazón, 

y llevarme tu mirada. 


Aquí me tienes, vidita, 

deshecho por tus amores, 

mi corazón padeciendo, 

penas de todos colores. 


Aunque encerrada te tengan, 

en cal y canto y arena, 

si tu amor es como el mío, 

sabrá borrar las barreras. 


Yo te he’i de querer, vidita, 

aunque todos se me opongan, 

soy un gavilán constante, 

cuando sigo una paloma. 


De vicio te estoy mirando, 

cara a cara y frente a frente, 

y no te puedo decir, 

lo que mi corazón siente. 


Telesita, Telesita, 

la dueña de mis amores, 

no permitas que me acabe, 

sin gozar de tu favor. 


Yo sé que me andas queriendo, 

aunque no me digas nada, 

lo que no dicen tus labios, 

me lo dice tu mirada. 


Si me quemo, no me apagues, 

déjame seguir quemando, 

siempre que sean tus amores, 

los que me estén incendiando. 


Ahí tienes mi corazón, 

dale muerte si tú quieres, 

pero como estás adentro, 

si lo matas, también mueres. 


Mucho me temo, vidita, 

no complacer tus deseos, 

si mi corazón se calla, 

los dos juntos moriremos. 


Al cajón en que me entierren, 

que no lo claven con clavos, 

clávalos vos, Telesita, 

con los besos de tus labios. 


Telesita, Telesita, 

la dueña de mis amores, 

no permitas que me acabe, 

sin gozar de tu favor.

Cosmogonía Guaraní


Ñamandú, dios supremo de la creación se creó a sí mismo en medio del caos y las tinieblas. Iluminado por su propio corazón, ya que el sol no existía, se irguió desde los pies y convirtió sus brazos y manos en ramas que agitaba el viento.
Una corona de flores rodeó su cabeza mientras revoloteaba el colibrí, el pájaro primero.
Después creó la palabra (ayvú) -lo que confiere a los guaraníes su condición de elegidos y destinados a la inmortalidad-, entendida como la expresión de la humanidad como colectividad solidaria, no como ser individual.
De sus palabras surgieron luego los dioses, padres de los hombres: Jakairá, Karaí, Tupá y Ñamandú Py’a Guasú.
Luego desplegó la tierra y la bóveda celeste a la que sostuvo con cuatro palmeras pindó azul, al Este, Al Oeste, al Norte y al Sur, y agregó otra en el centro.
Una vez concluida esta parte, surge el mundo subterráneo, el terráqueo y el acuático, así como el día y la noche.
Más tarde entregó a cada dios creado de su palabra una facultad sobre las cosas: dio a Tupá el agua y lo fresco, a Karaí el fuego y el calor, a Jakairá la niebla y el humo, a Ñamandú Py’a Guasú el coraje.
Al fin y al ver que ya estaban dadas las condiciones materiales creó a los seres humanos con parte de la niebla y ordenó a Karaí que les pusiera algo de fuego en el corazón y a Tupá que les cediera un poco de frescura.
Luego, les dio a los hombres sus leyes para que las aprendieran y las cumplieran.
Cumplida su tarea, se retiró a descansar.

Basado en el libro:
Ayvy Rapyta—León Cadogan
Adaptación escolar realizada por:
  • Virgilio Oscar Benitez (Karai Henchyroã)-Maestro de Lengua y Cultura Guaraní Escuela Intercultural Bilingüe Nº .Mbororé.
  • José Javier Rodas-Docente Especialista en Alfabetización Intercultural Escuela Intercultural Bilingüe Nº .Mbororé.

miércoles, 18 de abril de 2012

Memoria del fuego, E. Galeano (del libro de Los nacimientos)

La creación

La mujer y el hombre soñaban que Dios los estaba soñando.
Dios los soñaba mientras cantaba y agitaba sus maracas, envuelto en humo
de tabaco, y se sentía feliz y también estremecido por la duda y el misterio.
Los indios makiritare saben que si Dios sueña con comida, fructifica y da de
comer. Si Dios sueña con la vida, nace y da nacimiento.
La mujer y el hombre soñaban que en el sueño de Dios aparecía un gran
huevo brillante. Dentro del huevo, ellos cantaban y bailaban y armaban mucho
alboroto, porque estaban locos de ganas de nacer. Soñaban que en el sueño de
Dios la alegría era más fuerte que la duda y el misterio; y Dios, soñando, los
creaba, y cantando decía:
—Rompo este huevo y nace la mujer y nace el hombre. Y juntos vivirán y
morirán. Pero nacerán nuevamente. Nacerán y volverán a morir y otra vez nacerán.
Y nunca dejarán de nacer, porque la muerte es mentira.

La muerte

El primero de los indios modoc, Kumokums, construyó una aldea a orillas del
río. Aunque los osos tenían buen sitio para acurrucarse y dormir, los ciervos se
quejaban de que hacía mucho frío y no había hierba abundante. 38
Kumokums alzó otra aldea lejos de allí y decidió pasar la mitad del año en
cada una. Por eso partió el año en dos, seis lunas de verano y seis de invierno, y la
luna que sobraba quedó destinada a las mudanzas.
De lo más feliz resultó la vida, alternada entre las dos aldeas, y se
multiplicaron asombrosamente los nacimientos; pero los que morían se negaban a
irse, y tan numerosa se hizo la población que ya no había manera de alimentarla.
Kumokums decidió, entonces, echar a los muertos. Él sabía que el jefe del
país de los muertos era un gran hombre y que no maltrataba a nadie.
Poco después, murió la hijita de Kumokums. Murió y se fue del país de los
modoc, tal como su padre había ordenado.
Desesperado, Kumokums consultó al puercoespín.
—Tú lo decidiste —opinó el puercoespín— y ahora debes sufrirlo como
cualquiera.
Pero Kumokums viajó hacia el lejano país de los muertos y reclamó a su hija.
—Ahora tu hija es mi hija —dijo el gran esqueleto que mandaba allí—. Ella no
tiene carne ni sangre. ¿Qué puede hacer ella en tu país?
—Yo la quiero como sea —dijo Kumokums.
Largo rato meditó el jefe del país de los muertos.
—Llévatela —admitió. Y advirtió:
—Ella caminará detrás de ti. Al acercarse al país de los vivos, la carne volverá
a cubrir sus huesos. Pero tú no podrás darte vuelta hasta que hayas llegado. ¿Me
entiendes? Te doy esta oportunidad.
Kumokums emprendió la marcha. La hija caminaba a sus espaldas.
Cuatro veces le tocó la mano, cada vez más carnosa y cálida, y no miró hacia
atrás. Pero cuando ya asomaban, en el horizonte, los verdes bosques, no aguantó
las ganas y volvió la cabeza. Un puñado de huesos se derrumbó ante sus ojos.

La resurrección

A los cinco días, era costumbre, los muertos regresaban al Perú. Bebían un
vaso de chicha y decían:
—Ahora, soy eterno.
Había demasiada gente en el mundo. Se sembraba hasta en el fondo de los
precipicios y al borde de los abismos, pero no alcanzaba para todos la comida.
Entonces murió un hombre en Huarochirí.
Toda la comunidad se reunió, al quinto día, para recibirlo. Lo esperaron desde
la mañana hasta muy entrada la noche. Se enfriaron los platos humeantes y el
sueño fue cerrando los párpados. El muerto no llegó.
Apareció al día siguiente. Estaban todos hechos una furia. La que más hervía
de indignación era la mujer, que le gritó:
—¡Haragán! ¡Siempre el mismo haragán! ¡Todos los muertos son puntuales
menos tú!
El resucitado balbuceó alguna disculpa, pero la mujer le arrojó una mazorca a
la cabeza y lo dejó tendido en el piso.
El ánima se fue del cuerpo y huyó volando, mosca veloz y zumbadora, para
nunca más volver.
Desde esa vez, ningún muerto ha regresado a mezclarse con los vivos y
disputarles la comida.

Eduardo Galeano, Memoria del fuego, libro de los nacimientos, Ed. siglo XXI

jueves, 29 de marzo de 2012

La Telesita

La Telesita es una de las historias más populares de Santiago del Estero. la joven Telésfora Castillo, murió calcinada en los montes de Figueroa, pero que aún sigue apareciéndose en esos lugares, igual no se asuste porque es generosa y hasta puede concederle un deseo a cambio de que usted baile en su honor...

Entre los tantos mitos y leyendas del campo, la de “La Telesita” es una de las más difundidas, especialmente entre las personas que viven y trabajan en los montes de Santiago del Estero y Chaco. Cuenta la historia que Telésfora Castillo vivía en los montes del departamento de Figueroa, en Santiago del Estero, era muy pobre, por eso “la Telesita” siempre andaba descalza y en harapos, eso si le gustaba bailar y no se perdía ninguna fiesta, los pueblerinos ya estaban acostumbrados a ver su danza en cada fiesta del pago.

LA HISTORIA

Un día de invierno, cuando el frío era estremecedor, Telesita, vio a lo lejos, en lo profundo del monte el resplandor de una fogata. Ella era muy inocente, por lo que se acercó al fuego para calentar su cuerpo, pero no midió las consecuencias. Se posó sobre un grueso tronco seco que estaba caído. Algunos árboles estaban quemándose y de repente una llamarada proveniente de un arbusto encendió su precario vestido. Pronto el fuego se apoderó de su cuerpo y se echó a correr, hasta que el fuego la consumió. La gente del pueblo se extraño porque esta muchacha amante del baile no concurrió esa noche a uno que se hacía. Al otro día la encontraron quemada y todos la lloraron.

EL MITO Y EL RITO

Esa es la historia, pero también existe un mito y una tradición entorno a esto. Dicen, que su alma, suele aparecer furtivamente cerca de las rancherías de los peones que trabajan en los montes, lo que busca es compañía y dicen que esta mujer joven y bella tiene una inmensa bondad, pero a su vez es presa de un inmenso dolor y tiene la mirada perdida. Como es un “alma bondadosa”, muchos creen en sus milagros, por lo que realizan “las telesiadas” para obtener sus favores. Estas “telesiadas” son bailes que se hacen en su honor en los que abunda el vino y la aloja y se baila hasta el amanecer (recprdemos que ella era adepta a los bailes).

LAS TELESIADAS

Las “Telesiadas” además son todo un rito, primero se le debe hacer una petición a la Telesita. Para obtener respuestas, el promesante debe beber siete copas de alguna bebida alcohólica por ella, luego tiene que bailar siete chacareras en su memoria, mientras sigue tomando, hasta que se consumen las siete velas encendidas en un altar previamente preparado dentro de un rancho. Recién una vez consumidas las siete velas, comienza la algarabía general, llena de alcohol, empanadas, asado y al ritmo de guitarras, bombos, bandoneones y violines que tocan gatos, escondidos, malambos, zambas y chacareras, acompañados por el estruendo y la humareda de los cohetes.

Fuente: Historias de mi Tierra, "Nuestras raíces"

Mitología Colla o Aymara

Mitología Colla o Aymara
RITUAL DE LA PACHAMAMA 1


Es, probablemente, la más popular de las creencias mitológicas del ámbito incaico que aun sobreviven con fuerza en algunas regiones del Noroeste Argentino (NOA) y muy especialmente en Jujuy. La difusión del mito usa como vehículo las lenguas quichua y aimara. Cuando llegaron los españoles, la Pachamama ya era una leyenda en el folklore incaico, lo cual indica que su origen hay que buscarlo en las comunidades agrícolas del occidente sudamericano.
El primero de agosto es el día de la PACHAMAMA. Ese día se entierra en un lugar cerca de la casa una olla de barro con comida cocida. También se pone coca, YICTA, alcohol, vino, cigarros y chicha para carar (alimentar) a la Pachamama. Ese mismo día hay que ponerse unos cordones de hilo blanco y negro, confeccionados con lana de llama hilando hacia la izquierda. Estos cordones se atan en los tobillos, las muñecas y el cuello, para evitar el castigo de la Pachamama.
Hoy se da este nombre a la tierra en un concepto deificado. Es la Madre Tierra, como la representación del dios del bien, ella que nos demuestra generosidad en todo sentido, haciendo mudar los frutos u ofreciéndonos los minerales y riquezas guardadas en su seno.
A esta deidad periódicamente se le rinde pleitesía mediante el acto ritual denominado Challa, en afán de reparar con este rito la acción humana de hollar en su seno, al mismo tiempo se agradece los bienes que nos ofrece para nuestro sustento o las riquezas que guardaba en su seno, pidiendo que no deje de favorecernos.
La Pachamama es por lo tanto la diosa femenina de la tierra y la fertilidad; una divinidad agrícola benigna concebida como la madre que nutre, protege y sustenta a los seres humanos. La Pacha Mama vendría a ser la diosa de la agricultura comunal, fundamento de toda civilización y el Estado Andino.

1- ¡Pachamama kusiya... kusiya...!
(Oración que hacen los kollas al ofrendarle algo.)


PACHAMAMA:


La
Pachamama es una creencia que viene del antiguo imperio Inca y aún se mantiene en el noroeste de argentina, es la creencia mas difundida de los andes de toda América del Sur. Pachamama es una palabra quechua que significa Madre Tierra. Los kollas ofrendan a esta diosa comida,vino,chicha(cerveza de maíz),papas... esta ceremonia se denomina como 'corpachada'. También se hacen las 'apachetas' que son unos montículos de piedra que forman las personas que la ofrendan dando una piedra por cada vez que lo hagan .


EL FIN DE LOS HUMAHUACAS

Cuenta la leyenda que hace mucho, mucho tiempo los indios humahuacas vivían sin privaciones en las tierras de su quebrada , en la provincia de Jujuy, al norte de Argentina. Y se dicen que éstas eran tan verdes y fértiles como lo es hoy la Pampa, y que en sus terrazas crecía el maíz como crece la hiedra a la sombra de los árboles. Como no era tan duro el trabajo, y su fruto abundante, los dueños de esa tierra podían vivir en paz y alegría, que les enviaba la Pachamama en fiestas interminables. Pero también se dice que las cosas seguirían así si no fuera por la envidia y codicia de los diaguitas y calchaquíes, y la belleza de Zumac Huayna.
Calchaquíes y diaguitas se aliaron un día y decidieron conquistar la tierra humahuaca. Hubo largas reuniones secretas, planes y contraplanes. Sin embrago,lo único que obstaculizaba sus planes era el gran jefe humahuaca, que sabía cómo convertir de golpe en un ejército a las familias campesinas. Las dos tribus aliadas prepararon, entonces, sus arcos y sus flechas, sus hondas y sus piedras y, sobre todo, prepararon a Zumac, la más linda de las jóvenes, que además de ser hermosa, estaba convencida de ello.
Llegado el gran día, Zumac se acercó hasta las casas humahuaqueñas como si fuese una india perdida. Al verla, las mujeres del poblado se apiadaron de ellaofreciéndole cobijo. Más tarde, durante la fiesta, Zumac conoció al jefe y a partir de ese momentoambos compartirían un mismo olor. Al anochecer, cuando todos dormían, las tribus aliadas atacaron sorpresivamente, evitando así a la defensa de los humahuacas. Ni los que huyeron de sus casas, ni los que intentaron buscar sus armas, ni los que se escondieron, ni uno solo pudo escapar de la masacre. El mismo jefe murió como uno más. Pero antes maldijo a sus enemigos y les auguró que no les serviría de nadasu victoria.
Y así fue. Al día siguiente, cuando el sol iluminó la quebrada, el pueblo y los cultivos habían desaparecido. La tierra se había secado, volviéndose arenosa y estéril, y estaba extrañamente teñida de rojo, de morado, de rosa... En vez de cadáveres sobre las laderas entre las piedras y el polvo había brotado una planta desconocida. Miles de cardones, con sus verdes brazos espinosos, poblaron las cuestas, los pasos y las cimas...
Hoy se levantan desafiantes cual únicos pobladores del desierto.Y en primavera, bajo el cielo más azul, dejan salir de entre sus espinas increíbles flores amarillas, blancas y rojas que, según dicen, son las almas de los desaparecidos indios humahuaqueños.


LA LEYENDA DEL ALGARROBO

Era en tiempos de los Incas. Los quichuas adoraban con las principales honras a Viracocha, señor supremo del reino. También adoraban a Inti, a las estrellas, al trueno y a la tierra. Conocían a esta última con el nombre de Pachamama, que es como decir "Madre Tierra" y a ella acudían para pedir abundantes cosechas, la feliz realización de una empresa, caza numerosa, protección para las enfermedades, para el granizo, para el viento helado, la niebla y para todo lo que podía ser causa de desgracia o sinsabor. Levantaban en su honor altares o monumentos a lo largo de los caminos. Los llamaban apachetas y consistían en una cantidad de piedras amontonadas unas encima de las otras, formando un pequeño montículo. Allí se detenía el indio a orar, a encomendarse a la Pachamama, cuando pasaba por el camino al alejarse del lugar por tiempo indeterminado o simplemente cuando se dirigía al valle llevando sus animales a pastar. Para ponerse bajo la protección de la Pachamama, depositaba en la apacheta, coca, o cualquier alimento que tuviera en gran estima, seguro de conseguir el pedido hecho a la divinidad. Respetuoso de la tradición y de las costumbres, el pueblo quichua jamás había olvidado sus obligaciones hacia los dioses que regían sus vidas. Pero llegó un tiempo de gran abundancia en que los campos sembrados de maíz eran vergeles maravillosos que daban copiosa cosecha, la tierra se prodigaba con exuberancia y la ociosidad fue apoderándose de ese pueblo laborioso que, olvidando sus obligaciones, abandonó poco a poco el trabajo para dedicarse a la holganza, al vicio y a la orgía. Se desperdiciaba el alimento que tan poco costaba conseguir, y con las espigas de maíz, que las plantas entregaban sin tasa, fabricaban chicha con la que llenaban vasijas en cantidades nunca vistas. Fue una época sin precedentes. El vicio dominaba a hombres y mujeres. Ellos, en su inconsciencia, sólo pensaban en entregarse a los placeres bebiendo de continuo y con exceso, comiendo en la misma forma y danzando durante todo el tiempo que no dedicaban al sueño o al descanso. Los depósitos repletos proveían del alimento necesario y nadie pensó que esa fuente, que les proporcionaba granos y frutos en abundancia, se agotaría alguna vez. El desenfreno continuaba y nada había que llamara a ese pueblo a la reflexión y a la vida ordenada y normal. Llegó la época en que se hacía imprescindible sembrar si se pretendía cosechar, pero nadie pensaba en ello. Inti, entonces, al comprobar que el pueblo desagradecido olvidaba los favores brindados por la Pachamama, queriendo darles su merecido, resolvió castigarlos. Con el calor de sus rayos, que envió a la tierra como dardos de fuego, secó los ríos y lagunas, los lagos y vertientes y, como consecuencia, la tierra se endureció, las plantas perdieron sus hojas verdes y sus flores, los tallos se doblaron y los troncos y las ramas de los árboles, resecos y polvorientos, parecían brazos retorcidos y sin vida. En los géneros aún quedaban alimentos, y en los cántaros, chicha. ¿Qué importancia tenía, entonces, para esas gentes, que las plantas se secaran y que el río hubiera dejado de correr, y seco y sin vida, mostrara las paredes pedregosas de su lecho? Mientras durara la chicha no podría desaparecer la felicidad ni la alegría. Pero un día llegó en que, con asombro, comprobaron que los graneros no eran inagotables y que, para servirse de sus granos y de sus frutos, era necesario depositarlos primero. El alimento comenzó a escasear, y con ello las penurias, la miseria y el hambre hicieron su aparición.Recapacitaron entonces los quichuas, decidiendo volver a trabajar los campos y a sembrarlos.Pero el castigo de Inti no había terminado y la tierra, cada vez más reseca y dura, no se dejaba clavar los útiles con que pretendían labrarla, y así era imposible poner la semilla. La desolación y la miseria fueron soberanas de ese pueblo que, en un instante, olvidó las leyes de sus dioses y sus obligaciones con la vida. Los animales, flacos, sin fuerzas, morían en cantidad y parecía mentira que esos campos, que al presente se asemejaban al más desolado de los páramos, hubieran podido ser, alguna vez, praderas alegres cubiertas de hierbas y de árboles o de extensas plantaciones de maíz, en las que los frutos se ofrecían generosos. Los niños, pobres víctimas inocentes de los pecados y de la disipación de los mayores, débiles, flacos, con los rostros macilentos, los ojos grandes y desorbitados, verdaderos exponentes de miseria y de dolor, sólo abrían sus bocas resecas para pedir algo que comer. Los más débiles morían sin que nadie pudiera hacer algo por ellos. El sol caía a plomo. De una de las casas de piedra que se hallaban en los alrededores de la población, una mujer salió, corriendo desesperada. Era Urpila que, enloquecida porque sus hijos morían de hambre y de sed , arrepentida de las faltas cometidas en los últimos tiempos, demostrando a todos su vergüenza, su pecado y su olvido de Inti y de la Pachamama, corría a la primera apacheta del camino a pedir protección a la Madre Tierra y a depositar su ofrenda de coca y de llicta, últimas porciones que había podido conseguir. Llegó a la apacheta y, casi sin fuerzas, comenzó a implorar:Pachamama,Madre Tierra,Kusiya... Kusiya... Lloró y se desesperó ante el altar de la diosa, prometiendo enmienda y sacrificios.Extenuada, sin fuerzas para continuar, se sentó en el suelo, apoyando su cuerpo cansado en el tronco de un árbol que crecía a pocos pasos y cuyas ramas secas parecían retorcerse en el espacio. Tan grande era su fatiga, tanta su debilidad, que, vencida, bajó la cabeza y no tardó en quedarse profundamente dormida. Tuvo sueños felices. La Pachamama, valorando su arrepentimiento, llenó su alma de visiones de esperanza y acercándose a ella, con toda la grandeza que como diosa le concernía, le habló generosa:No te desesperes, mujer. El castigo ha dado sus frutos y el pueblo, arrepentido como tú misma de su ocio y desenfreno, retornará a su existencia anterior, que es la justa, la verdadera. La vida renacerá sobre la tierra que volverá a brindar sus frutos y su belleza.Cuando despiertes, y antes de irte, abre tus brazos y recibe las vainas que ha de regalarte este "Arbol", desde hoy sabrás. Que las coman tus hijos y los hijos de otras madres, que con ellas calmarán su hambre y apagarán su sed. Tu humildad y tu arrepentimiento han hecho posible este milagro que Inti realiza para ti. Cuando Urpila despertó, creyó morir, tal era su decepción. El aspecto de la tierra en nada había variado y la visión había desaparecido. Se convenció de que su sueño había sido sólo eso: un sueño. Pero, recapacitando, volvieron a su mente las palabras de la Pachamama y recordó al "Arbol". Levantó entonces sus ojos hacia las ramas que parecían secas, y tal como la diosa lo anunciara, las vainas doradas se ofrecían a su desesperación como una esperanza de vida. Cambió en un instante su estado de ánimo dándole fuerzas extraordinarias. Se levantó ansiosa y cortó... cortó los frutos generosos hasta que entre sus brazos no cupieron más.Entonces corrió al pueblo, hizo conocer la nueva y todos se lanzaron a buscar las milagrosas vainas color castaño, mientras ella repartía entre sus hijos el tesoro que encerraban sus brazos de madre y que le había concedido la Pachamama. El pueblo volvió a la vida y veneró desde entonces al "Arbol Sagrado" que fue su salvación y que ha partir de ese día les brinda pan y bebida que ellos reciben como un don.Ese árbol venerado es el algarrobo, que tiene la virtud, además de las nombradas, de ser, en tiempos grandes sequías, el único alimento de los animales.
Fuente: Leyenda recopilada por Leonor Lorda Perellón.


EKEKO

No falta en casi ningún hogar boliviano o de origen boliviano, la representación contemporánea de este Dios menor de la mitología aimara llamado “Ekeko”. Es un muñequito bien vestido, cargado de objetos suntuosos y billetes de banco. Sobre sus hombros lleva ollas de plata, collares de oro, pequeños bolsas de coca, como símbolo de opulencia. Su rostro eufórico denota la alegría del que todo lo tiene. Sus facciones no son las de “Cholo” o indio del altiplano, sino que parecen actualizadas con finos bigotes al mejor estilo de los galanes cinematográficos de los años treinta. Es el Dios de la abundancia.
De vez en cuando, en las engalanadas caravanas de automóviles que acompañan a los templos a las parejas de novios de origen boliviano, se lo ve infaltable sobre la carrocería de vehículos cubiertos de punta a punta por vajillas de plata, ponchos de vicuña, mantas cochabambinas, monedas y dinero de todo tipo entre cintas multicolores, flores y cuadros de los santos preferidos, ornato que representa los augurios de los invitados para los contrayentes.
Hoy todos se refieren a él bromeando (indígenas incluidos) pero, por “esas cosas”, es un penate siempre presente en un lugar destacado de la vivienda, que recoge el anhelo de sus moradores por una vida más placentera, sin angustias económicas.
Idolillos que traen fortuna son comunes en numerosas mitologías de todo el mundo, pero lo que provoca curiosidad es el atuendo moderno con que la imaginería popular viste a este Dios menor precolombino.
Abundancia, amor afortunado, virilidad, fertilidad y en síntesis, felicidad; dones del idolillo que da sin enajenar libertad o moral alguna: ¡ Por fin un Dios realmente Generoso !

Fuente: http://noroestedeargentina.blogspot.com.ar

lunes, 19 de marzo de 2012

Limay, Neuquén y Raihué


La leyenda cuenta que Neuquén y Limay, grandes amigos, eran hijos de loncos (caciques) que tenían sus toldos, uno hacia el norte y otro hacia el sur.

Los jóvenes solían salir juntos de cacería. Un día, mientras andaban detrás de un guanaco, escucharon una dulce voz que provenía del Huechulafken (Lago Alto). Se trataba de una joven muchacha, tan bella y hermosa que ambos amigos se enamoraron en el acto de sus largas trenzas morenas y sus expresivos ojos. Limay fue quien se atrevió a preguntarle a la joven como se llamaba y así supieron que su nombre era "Raihué", palabra mapuche que significa algo así como "capullo en flor".

El amor apasionado por la hermosa muchacha comenzó a distanciar a los dos amigos al punto que sus padres finalmente lo notaron. Entonces buscaron encontrar una solución tratando de evitar herir susceptibilidades. Así, los loncos se pusieron de acuerdo en ir a visitar a la machi para pedirle consejo.

La machi advirtió a los loncos sobre el origen del distanciamiento entre sus hijos y les aconsejó que pusieran a prueba a los jóvenes.

Siguiendo esta sugerencia, los caciques le preguntaron a Raihué qué es lo que más le gustaría tener. Y la joven dijo que deseaba una caracola para escuchar el rumor de las olas al acercarla s su oído. Entonces los loncos pensaron que el desafío era justo y decidieron que el primero de los jóvenes que llegara a Futalafken y consiguiera aquel regalo sería el que se casaría con la muchacha y de esta forma, se pondría fin a la disputa.

Siguiendo el consejo de los dioses, los jóvenes fueron convertidos en ríos por la machi de manera tal que cada uno desde su "mapu" en el norte uno y en el sur, el otro, pudieran alcanzar el mar tras un largo y arduo viaje.

Y todo hubiera resultado de acuerdo a lo planeado sino fuera porque Cüref, el viento, se hubo sentido ofendido por no haber sido consultado. Entonces, tomando revancha, susurraba al oído de la muchacha que las estrellas que seducen a los jóvenes, esclavizarían a Neuquén y a Limay de modo tal que nunca más volvería a saber de ellos.

Poco a poco, el corazón de Raihué se fue marchitando de angustia y de dolor ante estos mensajes insinuantes. Y asi fue pasando el tiempo y como ninguno de sus enamorados regresaba, se dirigió a la orilla del Lago Alto donde todo había comenzado y se ofreció a Nguenechén, el dios Todopoderso y le ofreció su vida a cambio de la salvación de los jóvenes. El dios le concedió el deseo y la convirtió en una hermosa panta de frutos dulces y flores pulposas: el michay (calafate).

Cüref, el viento, no satisfecho aún, fue a contarles a los jóvenes lo que había sucedido con la muchacha. Y sopló, y sopló para desviar el curso a fin de darles la noticia a los dos juntos. Y cuando Limay y Neuquén se enteraron de que Raihué había muerto, se abrazaron para consolarse mutuamente y unieron sus aguas para siempre. Y los dos fundieron sus aguas rumbo al mar, vestidos de luto y dando origen al caudaloso Río Negro.